A TI, MUJER
Eres
algo así, divina,
cual
una tarde de Abril,
que
el agua pinga en la tina
y
a punto está el perejil.
También
flor de amanecer
en
esa noche estrellada.
La
niña que, su querer,
le
espera de madrugada.
Tú,
la propia jardinera
que,
a los claveles, las rosas,
en
la dulce primavera,
riega
y las pone frondosas.
Y
también los alhelíes
los
lirios, las margaritas,
las
azucenas… no olvides
a
tantas flores bonitas.
¿Acaso
no has sido tú
una
flor en tu bautismo?
Tu
comunión en virtud…
¿no
has sido rosa lo mismo?
Le
entregaste a tu Señor
esa
flor de tu pureza,
en
ese abrazo de amor,
Él
te entregó su grandeza.
En
sus brazos engolada
has
continuado tu ruta.
Una
nave gobernada
por
Él, que nadie disputa.
Volviste
al pie del altar
convertida
en una novia.
Eras
esa flor de azahar
que
soñaste en tu memoria.
Conseguiste
ser amada
en
aquel propio recinto.
Saliste
mujer casada
y
Templo del mismo Cristo.
Caminaste
por la vida
convertida
en una madre.
Esa
flor, de ti nacida,
propia
es de tu mismo estambre.
De
nuevo empezó la rueda.
Con
las flores que plantaste,
tu
persona, quizás, pueda
gozar
de lo que sembraste.
Detrás
de ti una cadena
de
seres que te veneran,
que
alejan de ti la pena,
y
sólo tu amor esperan.
Mas
cuando en el duro invierno
tu
misma buscas abrigo,
diles
con acento tierno:
ayudad
a este castigo.
Llegarás
a tu destino
y
a Él tendrás como amigo.
Para
andar ese camino,
su
recuerdo, irá contigo.
César Carús Arnáiz
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